Expertos alertan que los países con más recursos económicos están tomando acciones para acaparar las vacunas, con lo que el resto de los países contaría con pocas dosis.
Aunque los líderes políticos y responsables de salud de las principales potencias mundiales se han comprometido públicamente a compartir la vacuna o cura para el COVID-19 cuando surja, en los hechos ya están realizando acciones para acapararla apenas esté disponible y no dejar existencias a las naciones pobres hasta haber saciado sus necesidades.
Apenas se probó el fraude del medicamento estadounidense contra la malaria, la cloroquina, que el presidente Donald Trump promocionó activamente como cura, e incluso prevención, para la infección de coronavirus, Estados Unidos agotó las reservas mundiales del remdesivir, un antiviral que mostró buena eficacia para coadyuvar el tratamiento de pacientes con COVID-19, sin importar que con ello condenó a cientos de miles de pacientes con sida a la muerte, ya que el medicamento que el gobierno norteamericano se llevó es el que les permitiría seguir con vida después de 2020.
Con esta acción, la potencia americana dejó a la mitad del mundo sin la posibilidad de utilizar esta medicina en sus ciudadanos para enfrentar al coronavirus.
La Fundación Gates, que controla la mayor parte de las más promisiorias futuras vacunas, al financiarlas, ofreció a los países ricos que inviertan en su desarrollo dar condiciones preferenciales a la hora de la distribución, lo que impondrá la lógica de mejor postor en el mercado para el acceso al remedio a la pandemia, cuando este surja, y mientras más pobre sea la nación destinataria, más tendrá que esperar a que su población deje de morir.
