Gerardo Herrera

Violencia en la zona costa-sierra

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Las mujeres han generado estrategias para evitar que los hombres se den cuenta que ellas saben más, comparto con ustedes un ejemplo de cómo las mujeres deben hacer parecer que no saben frente a sus hombres.

Respecto de la violencia de género, cada espacio tiene sus propias estadísticas; son datos cuantitativos que ofrecen las instituciones de dimensión universal, regional, nacional, y ahora también los ayuntamientos tienen sus datos de violencia, queda una pregunta importante, cómo comprender la violencia?.

Cuando nos referimos a la violencia que vive la mujer, en su hogar, en cada calle, en cada colonia, en las cabeceras municipales, de manera abierta se sabe en esos espacios por la población que mujer sufre más violencia en sus domicilios y de que tipo; pero también existe la violencia en las calles, en los espacios escolares, en las clínicas de salud, en fin, en espacios relacionales. La violencia se puede registrar, pero la violencia también es cualitativa, hoy los micromachismos también generan violencia sin golpes, sin mentadas de madre, pero sin bajo mecanismos de control.

Conocemos los tipos de violencia que se viven; principalmente la violencia física, psicológica y sexual, la violencia estructural que se reproduce por la vía de la discriminación en lo económico y social y también igualmente sabemos de las diferencias en formas de pensar y de ser de quienes en cada área se desarrollan, pero siguen siendo números, imprecisos, confusos y en ocasiones a modo, porque la realidad es otra, sobre todo en los escenarios domésticos, donde no se denuncia, no se procesa a las personas que violentan, ni mucho menos se generan las condiciones para procesar y castigar, pero sobre todo el hecho de que las mujeres no toman decisiones para denunciar, porque los usos y costumbres son fuertes e imperceptibles frente a la normalización y naturalización del acto mismo de violentar al otro por androcentrismo, por sexismo.

Es decir, cuando veo estos actos de violencia doméstica, me doy cuenta que en todas las sociedades son tratados los hombres mejor que las mujeres; hay hechos, actos, fenómenos sociales, que nos lo dicen simplemente al ver las conductas, la gran diferencia social que se da en el trato de una mujer frente al trato de un hombre; sigue sin ser completa la paridad de género, aun así, necesitamos precisar no solo lo cuantitativo, sino lo cualitativo, llegan al poder las mujer que ya viven en privilegios, aquellas que son esposas de quienes han tenido el poder, nunca veremos a mujeres indígenas o en precariedad en la toma de poder, tal como se define en la línea de lo humano, en dónde la mujer está en la línea del sur global, en una condición sobrehumana o de no humana, y eso la hace invisible (Grosfoguel, Fanon, Boaventura, Mignolo).

Por ello, bajo ese signo de anormalidad, o bien de excepcionalidad de las familias con hombres violentos, lo que se nos esta presentando son dinámicas familiares de rutinas, costumbres, de la moral que le toca a la mujer, de la normalidad, pero nunca nos permite la comprensión de la violencia que tienen los hombres al interior de la familia; violencia que la tiene asignada como mandato de género y potencia el hombre.

Y es difícil saber las cifras negras de la violencia, porque desde la pregunta por las instituciones que manejan la información inhiben la respuesta, frente a la falta de información o formación de las personas a quienes se les pregunta, veamos.

Se habla mucho del como se pregunta en una encuesta sobre la ¿violencia  doméstica?, seguramente muchas mujeres dirán que no la viven, pero si la pregunta se cambia por cuestiones precisas de violencia, cómo ¿violencia física, económica, patrimonial, psicológica, verbal, entre otras? De inmediato crece la posibilidad de comprender que viven violencia, significadas o resignificadas con un nombre u otro, al final es violencia. Es justamente esas reglas, usos, costumbres las que permiten definir la normalidad de ver a la violencia, sin sentir que se encuentran sometidas, disciplinadas y controlados sus cuerpos por un hombre violento, en ocasiones excepcionalmente puede también ser una mujer violenta, pero significativamente ocasional.

Por otro lado, las mujeres han generado estrategias para evitar que los hombres se den cuenta que ellas saben más, comparto con ustedes un ejemplo de cómo las mujeres deben hacer parecer que no saben frente a sus hombres, como cuando observamos (trabaje en el INEA, como coordinador de zona, jefe del departamento de planeación, coordinador regional o subdelegado estatal, y estuve en cientos de actos educativos en procesos de aprendizaje dialógico en donde participaban hombres, mujeres adultos, estructuras operativas educativas y autoridades y observé este fenómeno social) que los hombres asumen mayor poder que la mujer en el momento de resolver los problemas presentados por los docentes en el proceso de enseñanza aprendizaje, algunas mujeres sobre todo en zonas serranas o bien rurales,  prefieren no hablar, frente a las narrativas de su marido o pareja.

La violencia, dice Rita Segato, forma parte del mandato de masculinidad y  potencia que tiene el hombre; en este sentido, pretender evitar la violencia sin tomar en consideración dicho mandato y el mandato de subordinación de la mujer, es no reconocer que la violencia contra la mujer es inseparable de la relación de género. Hoy en México, y en el Mundo, tenemos estructuras para atender la violencia de género desde la ONUMujeres, Comités regionales para atender la violencia de la OEA, Instituto Nacional de la Mujer,  Secretaria de la igualdad Sustantiva, Instancias de la mujer estatal o municipal, quienes cuentan con el marco normativo (CEDAW, Belem De Pará, Constitución de México, leyes generales, leyes federales, leyes estatales, reglamentos municipales) de dimensión universal, regional, nacional, estatal, municipal y el diseño de políticas públicas a través de programas de diversos impactos en cada región.

Hay un problema de fondo, porque pese a que tenemos las estructuras, normas y diseño de política pública seguimos hablando y las mujeres viviendo la violencia en sus domicilios, será que existen estructuras que no permiten mejorar las condiciones de vida de la familia, de las mujeres, claro existe el patriarcado que mientras no se actúe sobre él y el género difícilmente podrá dejar de haber violencia. La violencia esta legitimada por diversas estructuras jurídicas, religiosas, de respeto a los derechos humanos, en fin.

Si bien el sector judicial esta actuando sobre la protección de la mujer y en ocasiones de los hijos que sufren de la violencia, observamos que esta protección se encuentra vinculada desde el patrimonio del padre para atender a la esposa y los hijos derivado de la violencia, y si bien, se cuida la parte de los derechos humanos de las mujeres y los hijos e hijas, mientras no se generen los cambios en el patriarcado y el género, permanecerá la violencia vigente. Y es que en nuestro marco jurídico (las personas de raza negra, tuvieron recientemente reconocimiento en la constitución, pese a existir en nuestro país desde el siglo XVI), se requiere, pero de manera igualitaria, leyes para personas iguales, pero, aunque esto fuera así, el sistema moderno colonial de género, nos ofrece otro escenario, una jerarquía del género, el androcentrismo, el binarismo, que genera las diferencias, desigualdades, opresión e injusticias contra de las mujeres.

Por otro lado, el haber trabajado en la Comisión Estatal de los Derechos Humanos y haber capacitado durante muchos años a cientos de mujeres, de las cuales escuché sus narrativas de violencia y la manera en cómo los maridos y los pueblos al ver y escuchar estas problemáticas sucumben frente a dos posiciones o la libertad de las mujeres o la moralidad de los pueblos. Las mujeres desean alcanzar sus libertades, pero se encuentran sometidos, disciplinados y controlados sus cuerpos por los hombres y las autoridades de las comunidades.

En esta parte me detengo y comparto con ustedes una reflexión que conjuntamente realicé con la doctora Graciela Andrade, quien fue mi directora de tesis doctoral de Ecoeducación, ella me comento que “las mujeres indígenas no es que no quieran denunciar, sino que detienen o posponen sus derechos individuales, sobre el privilegiar los derechos colectivos de la comunidad, de esta manera no se puede fracturar la unidad comunal”.  Estas reflexiones me dan pie para avanzar en una posición que me permite compartir lo que vi en la zona Costa-Sierra de Michoacán en los eventos que desarrollé en la plaza pública en mi gira “Voz, valor y poder de las mujeres”, durante marzo de 2022, las mujeres no estuvieron solas en los eventos, sus esposos, las acompañaron, también vi a sus hijos, es decir, aun en zonas no étnicas las mujeres prefieren escuchar sus derechos al lado de sus esposos y aun con el conocimiento adquirido, posponen sus derechos para evitar fragmentar más aún la unidad de la familia, o el pueblo.

De esta manera se fragiliza la reivindicación de la mujer indígena y la legitimidad de sus peticiones por sus derechos personales que son universales, que traspasan las posiciones del derecho de los pueblos y en todo caso divide, en este sentido Boaventura de Sousa Santos genera una propuesta de derechos humanos para  los pueblos originarios, que no se encuentran aun escritos en la norma. La pregunta con las poblaciones originarias pasa esta situación, pero no así en otras poblaciones no indígenas, en donde las mujeres luchan por sus derechos, sin que eso perjudique los derechos de los grupos sociales.

La moral con que actúan los hombres o el grupo de hombres de una comunidad, frente a las mujeres, permite también precisar que es dependiente de la sujeción de la mujer, y es que aquí reside uno de los obstáculos más difíciles para nuestras leyes, el garantizar la igualdad y la autonomía femenina en la toma de decisiones y en general en la vida. Y es que la mujer libre, la mujer liberada, sin ser sometida, controlada y disciplinada androcéntricamente por el hombre tiene un sentido en el sistema moral tradicional basado en el status del hombre, y es que los emascula, y lo hace frágil, razón por la cual también hace frágil al grupo.

En un análisis muy osado de mi parte, pienso que cuando un grupo de hombres, es vencido por otro grupo de hombres en un proceso bélico, son esos hombres vencidos los grandes perdedores, mientras las mujeres se pueden liberar con la ruptura del vínculo patriarcal tradicional. Mi pregunta es cuando los elementos del crimen organizado en la zona Costa-sierra someten a los hombres, o bien los desplazan, o los asesinan, cuál es la posición qué juega la mujer, se libera, se emancipa, se vuelve autónoma, preguntas por seguir construyendo la situación de violencia que se vive en la Costa-sierra.

Pero como se realiza este ejercicio de poder, de someter, disciplinar, controlar los cuerpos de las mujeres, y de los hombres que no tienen potencia, y a los cuales se les domina o bien subordina, dejando claro la existencia de los sistemas de status (los usos y costumbres, la tradición) en donde el hombre debe usurpar o extraer el poder femenino; esa extracción garantiza el tributo de sumisión, domesticidad, moralidad y honor que reproduce el orden de status, en el cual el hombre debe ejercer su dominio y lucir su prestigio ante sus pares. Solo así el hombre puede participar con otros hombres en igualdad de circunstancias, lo que le permitirá acceder a la “masculinidad”. Los rituales de iniciación masculina hablan de la conquista del hombre frente a la mujer a través de la exacción de poder de la mujer, sin ello, no hay masculinidad, no hay violencia, no hay sometimiento, control y disciplinamiento del cuerpo de la mujer. En este sentido la mujer se asume en los dos sistemas en el sistema de status y el sistema de contrato, en una posición hibrida, lo importante es someter a la mujer mediante la violencia por todos los medios (física, verbal, psicológica, estructural del orden social y económico, a lo que hoy se le llama ya la feminización de la pobreza.